
Al terraplanismo se lo presenta como a la «teoría conspirativa» definitiva, un sinónimo de locura. Pero, ¿y si, más allá de los memes, existieran evidencias de la tierra plana que merecen ser discutidas?
Esta conversación con Daria no busca afirmar, sino cuestionar. Un viaje a las cosmologías antiguas y a los experimentos modernos que desafían el globo que nos enseñaron a dar por sentado.
La sala estaba en penumbras. Lo primero que noté fue un aroma seco, a pergamino viejo y cera derretida. La luz venía de una esfera suspendida en el techo: no era una lámpara, sino una especie de sol artificial, pálido, que giraba muy lentamente proyectando sombras en las paredes circulares.
Al fondo, una mesa redonda cubierta de mapas antiguos, brújulas de latón, astrolabios y maquetas imposibles. Daria estaba de pie frente a un mural gigante que representaba un mundo plano, encerrado bajo una cúpula celeste, con símbolos grabados en idiomas que no reconocía.
—Llegás justo para la clase de geografía prohibida —dijo, sin mirarme.
—¿Volvimos a la escuela?
—No, Henry. Esta vez salimos de ella.
Me acerqué en silencio. Había una maqueta del modelo de la Tierra según los babilonios. Otra del sistema ptolemaico. Otra, que reconocí, era el mapa de Gleason. Y en una esquina, doblado con esmero, el trazado circular de un templo maya que replicaba, punto por punto, el firmamento observable.
Parte 1: Memoria Cosmológica – El Mundo Antes del Globo
—Esto no es solo terraplanismo, ¿verdad?
—No. Esto es memoria cosmológica. Es lo que sabían —o creían— cientos de culturas antes de que la modernidad se erigiera como única narradora válida del universo.
—¿Y por qué todas coincidían en la misma estructura? ¿Una tierra plana, firme, delimitada por aguas superiores y una cúpula?
—Porque observaban. Porque no estaban ocupadas en justificar teorías abstractas. Porque su contacto con el cielo era directo, ritual, y al mismo tiempo matemático. Porque la cosmovisión no era una opción ideológica: era un marco de sentido.
—Pero… ¿no se supone que el heliocentrismo es el resultado inevitable de siglos de avances?
Daria se giró con un mapa entre las manos. Me lo mostró. Era un dibujo de la cosmología védica. Tierra plana. Montañas al centro. Círculos concéntricos de elementos y cielos.
—¿Y si en lugar de avance fuera reemplazo? ¿Y si en lugar de progreso fuera imposición?
Me quedé mirando los mapas. Algunos tenían signos chinos, otros sumerios, otros tallados con símbolos parecidos a runas. No se parecían en nada entre sí… salvo en la forma general del mundo.
—¿Todas estas culturas lo imaginaban así?
—No es solo que lo imaginaran. Es que vivían en coherencia con esa percepción. El mundo era plano, sí, pero no como tabla: era territorio delimitado, firme, sin movimiento, con el cielo girando sobre él. Y eso no les impedía tener una ciencia, una astronomía, un orden.
—¿Y cuándo se perdió eso?
—No se perdió. Se derrocó. Como se derrocan religiones, idiomas, y formas de pensar. El modelo heliocéntrico no ganó porque fuera más comprobable. Ganó porque servía mejor a una nueva forma de poder.
—¿Y Galileo?
—Una pieza del relato. Como Copérnico. Como Newton. Tipos brillantes, sí… pero insertos en una época donde la ciencia empezaba a despegarse del alma, para ponerse al servicio del cálculo. Y, por supuesto, de la autoridad.
—Entonces… ¿es mentira que haya consenso?
—No hay consenso sin censura. El consenso no es prueba. Es estrategia. Preguntate: ¿por qué si algo es tan evidente, tan claro, tan indiscutible… hace falta tanto esfuerzo para ridiculizar a quien lo duda?
—¿Y por qué la reacción es siempre tan emocional?
—Porque no estás poniendo en duda un dato. Estás tocando el escenario mismo donde se representan todas las certezas. Es como decirle a un actor que el teatro donde actúa… es una pantalla pintada sobre una pared.
—Duele.
—Y da vértigo.
Daria extendió un brazo y encendió una proyección holográfica sobre la mesa. Aparecieron imágenes de libros escolares, dibujos animados, películas, logos de empresas… todos con la imagen de la Tierra esférica. Azul, suspendida en el espacio, con nubes y continentes. Reconocible. Íntima. Casi emocional.
—¿Y si nunca la viste? ¿Y si toda tu idea de “vivir en una esfera” se construyó con imágenes de terceros? ¿Qué pasa si el mundo que creés conocer es, en realidad, una idea instalada antes de que pudieras pensar otra cosa?
—Pasa que… no tengo ninguna experiencia directa que me diga que esto es así.
—Y sin embargo, lo defendés con pasión. Porque lo que no se puede nombrar… no se puede pensar. Si no te dan la posibilidad de imaginar otro modelo, entonces estás atrapado en uno sin saberlo.
Me quedé mirando una imagen de un mundo cerrado, como una isla bajo una cúpula. Y por un instante, me pareció más lógico que la esfera azul flotando a 108,000 km/h sin que lo notemos.
—Entonces, no se trata de afirmar que la Tierra es plana…
—Se trata de recuperar el derecho a dudar de que sea lo contrario.
—¿Y por qué tanto rechazo? ¿Por qué se burlan tanto?
—Porque es el último tabú. Porque si el escenario está montado… todo el guion puede reescribirse. Porque si la ciencia se equivoca en algo tan básico… ¿qué no estaría equivocando —o mintiendo— también?
“Lo que no se puede nombrar, no se puede pensar.”
Daria se acomodó sobre una butaca giratoria cubierta de cuero desgastado. Tomó uno de los mapas del montón y lo desplegó con suavidad sobre la mesa.
—¿Reconocés esto?
—Parece un mapa antiguo… ¿China?
—Exacto. Dinastía Qing, siglo XVII. ¿Qué ves?
Lo observé. Tenía forma circular, con continentes agrupados hacia el centro, rodeados por un gran océano y más allá, un borde con caracteres que no alcanzaba a leer. El Polo Norte estaba al centro.
—Viendolo de este modo, parece más un reloj que un planeta…
—Y sin embargo, es un mapa oficial. Admirado por cartógrafos. Hasta reproducido por la mismísima Royal Society en su época. Y no es el único.
Sacó otro. Esta vez con glifos mayas. Otro, de origen hindú. Otro, de la cosmología islámica. Uno tras otro, cada uno con su propio estilo, pero todos con una coincidencia clave: el mundo era plano, circular y con límites.
—¿Y por qué se descartan hoy?
—Porque no encajan. Porque no responden al modelo hegemónico. Porque si algo no se puede simular en 3D con un satélite falso dando vueltas, no sirve. Y lo peor: se enseña que todo esto es “primitivo”.
—Pero nadie podria negar que no había ciencia en estos modelos.
—Claro que sí. Astronomía de precisión. Cálculo de eclipses. Predicción de estaciones. Lo que pasa es que la palabra “antiguo” fue usada como sinónimo de “errado”. Y eso fue una jugada política, no científica.
Parte 2: El Dogma del Consenso y las Imágenes Fabricadas

—Pero entonces… ¿Qué pruebas hay de que la Tierra sea realmente esférica?
—Te la pongo al revés: ¿qué pruebas empíricas hay para vos? No me des modelos. No me des fórmulas. Decime: ¿qué viste con tus propios ojos?
—Nada concluyente, y es mi pelea diaria, el decir que no me consta la esfericidad de manera directa y que lo acepten sin convertir en “creencia”. Vr barcos desapareciendo en el horizonte no es algo que sirva a los fines… sobre todo si más de una vez los volví a ver con zoom.
—Ese es el experimento de Rowbotham, siglo XIX. Canal recto, visión ampliada, sin curvatura perceptible. Repetido miles de veces. Lo que desaparece por la “curva”… vuelve cuando lo ampliás. ¿Eso qué te dice?
—Que quizás no desapareció por una curva…
—Sino por perspectiva. Y ahora sumale esto: el agua. Siempre en equilibrio. Siempre buscando su nivel. Nunca curvada. En ningún experimento replicable se logró demostrar que el agua se curva alrededor de una esfera. Y sin embargo… vivimos sobre una bola de agua rotando a 1600 km/h.
—Lo cual no sentís. Ni ves. Ni podés comprobar.
—Pero lo creés. Porque te lo dijeron.
—O peor: porque me lo mostraron.
Daria hizo un gesto. La proyección volvió a activarse. Esta vez, imágenes satelitales de la NASA. La Tierra, brillante, redonda, sin estrellas, siempre desde el mismo ángulo.
—¿Sabías que esta imagen es una composición digital?
—Sí, incluso luego de haberlo escuchado por primera vez me costó creerlo.
—La famosa “Blue Marble”, 1972. La que usaron en todos los libros de texto. La que hizo que el mundo se viera por primera vez “desde fuera”. No fue una foto. Fue un collage de datos, pintado por un diseñador que lo dijo públicamente: “tenía que ser redonda. Tenía que verse bien. Así que la hice como me lo pidieron.”
—Recuerdo a ese muchacho, se convirtió en un meme muy popular. Entonces la primera foto de la Tierra… es una obra de arte.
—Una de propaganda. Y desde entonces, cada imagen “desde el espacio” es una reinterpretación. No hay transmisiones reales. No hay filmaciones ininterrumpidas. No hay globos meteorológicos que hayan captado curvatura sin lente ojo de pez.
—¿Y los vuelos transcontinentales? Me los echan en cara cada vez que saco el tema.
—Las rutas aéreas del hemisferio sur son una pesadilla si las tratás de entender en un globo. Pero en el modelo plano se acomodan solas. Preguntá por qué no hay vuelos directos entre ciertas ciudades del sur. O por qué algunos hacen escalas absurdas en el norte.
—¿Y qué pasa con las estrellas? Los famosos star trails que giran en sentidos opuestos en ambos hemisferios…
—Observación alterada por posición. Perspectiva. Igual que un torbellino que gira distinto si lo ves desde arriba o desde abajo. Pero te pregunto: si estamos volando por el espacio a 108.000 km/h alrededor del sol, y el sol a su vez a 828.000 km/h por la galaxia, ¿por qué las constelaciones no cambian?
—”Porque estamos demasiado lejos” dirán muchos.
—¿Y cómo saben eso?
—Lo leyeron o lo escucharon de sus maestros.
—Exacto. No lo vivieron. No lo vieron. No lo midieron. Y sin embargo, lo defienden a capa y espada. ¿Por qué?
—Porque lo dice la ciencia…
—No. Porque lo dice la narrativa que la ciencia actual elige contar. Y no se puede investigar lo que no se puede pensar.
La frase quedó flotando como una nube baja. Me di cuenta, por primera vez, de que nunca me había detenido a imaginar otra cosa. El globo azul estaba tan metido en mi mente, que pensar en otra forma era como intentar salir de un sueño sin saber que estabas dormido.
—¿Entonces… no estamos seguros ni de dónde estamos parados?
—Y sin embargo, vivimos como si lo supiéramos todo.
Daria desplegó sobre la mesa una caja repleta de objetos dispares: una linterna, un globo terráqueo de juguete, una palangana con agua, un espejo, una plomada, un globo de helio desinflado y una piedra lisa.
Parte 3: Experimentos Mentales y la Física que no Cierra
—Hoy vamos a jugar al método científico —dijo, con una sonrisa afilada.
Encendió la linterna y apuntó hacia el globo terráqueo.
—Este es el sol. Este, nuestro planeta. Ahora decime… ¿cómo hacés que solo una parte del globo reciba luz mientras otra está totalmente a oscuras?
—Girándolo.
—Probá.
Lo hice. La linterna no lograba un corte limpio entre luz y sombra. La luz se dispersaba, envolvía más de la mitad. No había un “terminador” perfecto como en los renders de la NASA. No importaba desde dónde apuntara, el efecto nunca era el mismo que el que mostraban los libros.
—¿Y?
—No se ve como en las fotos…
—Porque eso que ves en las imágenes espaciales es un render, no una prueba empírica. La luz no se comporta así. Especialmente a esa escala.
—Entonces los amaneceres y anocheceres…
—Son producto de perspectiva, densidad atmosférica y alcance angular. La luz no “se va”: simplemente no llega a tus ojos por la curvatura óptica del aire y la distancia. Es un efecto visual, no geométrico.
—¿Y el agua? Siempre me pareció extraño eso de que pueda curvarse…
Daria tomó la palangana, la llenó con agua, y apoyó una regla sobre el borde.
—El agua encuentra su nivel. Siempre. La gravedad no curva la superficie. Si así fuera, ¿por qué los canales, lagos, embalses o incluso los océanos no tienen ningún tipo de inclinación detectable?
—Porque la Tierra es demasiado grande…
—¡Otra vez esa respuesta! —rió—. Eso se llama argumento ad hoc. Sirve para cerrar la duda sin demostrar nada. Pero mirá: este canal mide 10 km. En un modelo esférico debería tener una caída de casi 8 metros en el centro. ¿Querés saber qué pasa cuando lo medís?
—¿Qué?
—Nada. Sigue plano. Lo midieron Rowbotham, los seguidores de Bedford, y hoy lo replica cualquiera con un teodolito y paciencia.
Se detuvo un momento. Levantó el globo de helio desinflado.
—Esto es más honesto que toda la astrofísica moderna. ¿Por qué un globo sube?
—Porque es más liviano que el aire…
—Entonces, ¿no lo atrae la gravedad?
—Supongo que sí, pero flota…
—¿Y si te dijera que no hay nada que lo “atraiga”? Solo una diferencia de densidad. Lo mismo que hace que una piedra se hunda en el agua y el aceite flote sobre el vinagre. Nada se “cae”. Se acomoda según su densidad relativa.
—¿Estás diciendo que la gravedad no existe?
—Estoy diciendo que la “fuerza mágica que todo lo atrae” jamás fue observada directamente. Ni replicada en laboratorio. Y que hasta Newton decía que no sabía qué era. Einstein la reformuló como curvatura del espacio-tiempo, que suena aún menos empírica.
—Pero… ¿y la manzana?
—Cayó. Claro. Pero también cae una pluma. Y un globo sube. Lo que importa no es que las cosas caigan, sino por qué lo hacen. Y en todos los casos, hay una ley más simple: densidad y flotabilidad.
Se apoyó en el respaldo y me miró con ternura.
—Acordate de Ockham. Cuando algo puede explicarse con menos variables… probablemente sea más cierto.
—¿Y por qué no enseñan eso?
—Porque si lo hicieran, todo se desmorona. No podrían justificar un planeta girando sin que lo sientas. Ni una curvatura que no podés medir. Ni una fuerza que no podés demostrar. Ni una distancia a las estrellas que jamás podrías verificar.
—Pero todos los científicos…
—Están formateados. Como los periodistas, los médicos, los curas. La universidad no forma sabios: forma leales. Te entrena para repetir. No para dudar. Porque dudar te hace libre. Y eso no se premia.
Me quedé mirando la linterna apagada. Pensé en cuántas veces había repetido esas explicaciones sin haberlas puesto nunca en duda. Pensé en cuánto de mi conocimiento era realmente mío.
Daria estiró la mano y encendió la linterna una vez más, pero esta vez apuntó hacia arriba, proyectando un cono de luz entre las partículas de polvo.
—¿Querés saber dónde estás parado, Henry?
—Sí, creo que está en la naturaleza de todos querer saber cómo es el lugar que habitan.
—Entonces no mires más el mapa. Empezá a mirar el suelo.
La línea del límite y la pregunta que no toleran
La charla había dejado su estela, como ese polvo que queda flotando después de apagar una linterna en un cuarto sin ventanas. Daria se levantó sin decir palabra, cruzó el jardín interior y regresó con un tubo largo envuelto en tela de lino crudo. Lo desenrolló sobre la mesa y desplegó un mapa.
No era ningún planisferio que yo conociera.
Era un círculo. Al centro, los continentes tal como los ubicamos mentalmente. Alrededor, un océano gigantesco. Y más allá, tierra. Islas. Archipiélagos. Cordilleras. Lugares sin nombre. Como si el borde no fuera un borde, sino un umbral.
—¿Qué es esto?
—Una de las versiones que no entró en tus clases de geografía. Lo llaman “el mapa imposible”. Porque su sola existencia hace preguntas incómodas.
—¿Dónde lo conseguiste?
—No importa. Lo importante es que existió, circuló y fue silenciado. Y no es el único.
Parte 4: El Muro de Hielo – El Límite que no Toleran

—¿Y la Antártida?
Daria me miró como quien está a punto de contar un secreto que podría incendiar la casa.
—No es un continente. Es un perímetro. Una muralla de hielo que contiene todo lo demás. Por eso está prohibido sobrevolarla. Por eso todos los países que están en guerra entre sí… firmaron un tratado para no tocarla.
—Pero entonces…
—…tal vez hay más. Más allá del hielo. O tal vez no. Pero lo que sí hay… es censura. Acuerdos. Restricciones absurdas. Y un relato que nunca se permite discutir.
Se acercó al mapa y trazó con la uña una línea invisible más allá del borde helado.
—¿No te llama la atención que el único lugar del mundo que no podés visitar por tu cuenta sea el borde? ¿Y que la explicación oficial sea “protección del ecosistema”?
—Como si todo lo demás fuera un paraíso ecológico…
—Exacto.
Se quedó un segundo en silencio. Luego enrolló el mapa con parsimonia y lo volvió a guardar.
—El problema, Henry, no es que la Tierra sea plana, redonda, hueca o infinita. El problema es que no te dejan comprobarlo por vos mismo. Te enseñaron a reírte de quien lo intente. A burlarte antes de preguntar. A obedecer antes que explorar.
—Y esa risa automática es la jaula.
—Sí. El cinismo es el guardián del dogma.
Me incorporé. No había más que decir. Pero algo en mi interior ya no volvería a encajar igual. Como si ese mapa, aún sin pruebas, hubiese reconfigurado un rincón de mi mente. No por lo que afirmaba, sino por lo que habilitaba.
Conclusión: Recuperar el Derecho a Dudar
—¿Y si mañana todo esto se prueba falso?
—Entonces festejamos. Porque el que busca no teme errar. Solo teme no poder buscar.
Salimos al patio. El cielo estaba limpio. Las estrellas titilaban como si aplaudieran en código morse.
Daria apuntó una de ellas.
—¿Querés saber qué es eso?
—Sí.
—Entonces no mires arriba. Empezá por dejar de creer que ya sabés lo que hay abajo.
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