
Esta conversación con Daria explora el concepto de qué es la disidencia controlada: el mecanismo más sutil del poder para gestionar y neutralizar a quienes lo cuestionan.
Lo que sigue
Cuando descubres el engaño, crees que ya estás del otro lado. Pero, ¿y si la salida del laberinto te lleva a otro laberinto, uno pintado con los colores de la rebelión?
Cuando la rebeldía tiene dueño
La sala era distinta a todas las anteriores. Ni biblioteca, ni templo, ni laboratorio. Un set de televisión apagado. Cámaras suspendidas, reflectores inertes, un teleprompter detenido en mitad de una frase. Al fondo, una cortina roja cerrada y opaca. Como si ocultara algo… o a alguien. Todo parecía dispuesto para una emisión que no había comenzado, o que quizás se había repetido demasiadas veces como para notarlo. Me detuve un segundo. Esta vez Daria no estaba a la vista.
—¿Hoy jugamos a las escondidas? —pregunté, más como quien reclama presencia que como quien duda.
Una luz tenue se encendió sobre una butaca. Ahí estaba ella, sentada con las piernas cruzadas y una taza en las manos, como si estuviera esperando que yo llegara justo cuando debía.
—¿No sentís que a veces el problema no es el guion… sino los actores? —dijo sin mirarme.
Me acerqué y me senté a su lado. Sentí que ese capítulo no iba a ser una simple crítica. Sería una revisión incómoda incluso para mí.
—Siempre creí que cuando uno descubre el engaño, ya está del otro lado —le dije.
—¿Y qué pasa si los que también descubrieron el engaño… fueron puestos ahí para guiarte hacia otro?
—¿Querés decir que la disidencia también puede estar digitada? Me suena.
Daria dejó la taza a un lado y me miró con una seriedad casi impostada.
Parte 1: El Manual – 8 Señales para Detectar una Trampa

—Henry… ¿A cuántos “rebeldes” viste que tienen más exposición que el propio sistema al que dicen enfrentarse? ¿No es raro?
—Sí. Algunos están en todos lados, dan charlas, tienen canales, libros, merchandising…
—Y sobre todo, tienen una narrativa perfectamente digerible. Llamativa. Inofensiva. Te entretienen mientras creés estar despertando. Pero no te permiten accionar. No te conectan con la comunidad. No te empoderan. Te encapsulan.
—¿Querés decir que la mayoría son farsantes?
—No siempre son farsantes. Algunos empezaron con intenciones legítimas. Pero el sistema los identificó rápido… y les ofreció un rol. Mejor ser un rebelde con ingresos que un loco silenciado. ¿O no?
—¿Y cómo se los detecta?
—No hay fórmula mágica. Pero hay signos. Te los enumero si querés. No para que salgas a “cazar disidentes”, sino para que afiles el discernimiento. ¿Listo?
Asentí. Tomó un pequeño mando a distancia y encendió una de las pantallas del set. Apareció una lista.
1. Siempre hay un enemigo claro, bien definido, y externo.
Si el mal está en “ellos” (los banqueros, los Illuminati, los reptilianos), pero nunca en las propias creencias, no hay transformación. Hay delegación.
2. Ofrecen certezas absolutas.
Quien se dice portador de la verdad y no de una búsqueda, probablemente quiera tu adhesión, no tu evolución.
3. Reproducen narrativas binarias.
Buenos vs. malos. Despiertos vs. dormidos. Ellos vs. nosotros. El pensamiento binario es el sueño húmedo del control mental.
4. Tienen financiamiento o visibilidad inusualmente alta.
Cadenas de videos virales, banners, presencia mediática, entrevistas… y sin bloqueos. Raro, ¿no?
5. No promueven acción concreta ni autogestión.
Te informan, te indignan… pero no te organizan. No hay cooperativas, redes, soberanía real. Solo consumo de contenido y seguimiento.
6. Atacan a disidentes reales.
Ridiculizan a otros investigadores, acusan a los que son más extremos o menos “marketineros”. Buscan monopolizar el relato alternativo.
7. Su retórica está alineada con una agenda emocional.
Te hacen sentir parte de un club especial. Te dan un sentido de pertenencia. Pero cuidado: el ego conspiranoico también es un dogma.
8. Cambian de discurso según convenga.
Apoyan causas disidentes hasta que peligra su status. Saltan de tema en tema según la tendencia. Y si algo se vuelve riesgoso… lo sueltan.
—Todo esto no implica que sean “agentes pagos”. Algunos sí lo son. Pero la mayoría son cómplices funcionales. Alimentan el simulacro de libertad.
—¿Y QAnon?
—Un caso de estudio perfecto. Tomaron verdades parciales —corrupción, tráfico, élites degeneradas— y las fusionaron con una narrativa mesiánica, infantil, y altamente manipulable. Resultado: millones de personas esperando que alguien más “limpie el pantano”… mientras el pantano crecía.
—¿Y eso sirve al sistema?
—¡Por supuesto! La disidencia controlada es el mejor firewall que tiene el poder. Canaliza la indignación. La vuelve espectáculo. Y neutraliza el verdadero riesgo: que el pensamiento crítico se vuelva acción descentralizada.
Daria apagó la pantalla. Me miró con suavidad, pero sin condescendencia.
—No se trata de volverse paranoico, Henry. Se trata de aprender a navegar la disidencia como lo que es: territorio minado. También hay sabiduría, claro. También hay valientes. Pero si no sabés distinguir, podés terminar defendiendo una jaula pintada de rebelión.
Me quedé en silencio.
—¿Y vos? —le pregunté finalmente— ¿Vos sos disidencia real… o controlada?
Daria sonrió con una calma bastante inquietante.
—¿Y vos? ¿Estás haciendo este libro para despertar… o para sentirte especial?
Toqué mi pecho, sentí el peso del cuaderno que me acompañó durante todo el viaje. Entendí que esa pregunta no necesitaba una respuesta definitiva.
Solo compromiso.
Códigos infiltrados: casos históricos y espejos rotos

Daria me condujo hasta el fondo del set. Atravesamos la cortina roja. Detrás, una habitación iluminada por vitrinas tenues y archivos abiertos. Era como el backstage de la historia. Había bustos de personajes famosos en resina sin pintar. Algunos reconocibles, otros no tanto. Todos incompletos.
—Bienvenido al salón de las figuras públicas que jugaron roles ambiguos —dijo—. Acá no vas a encontrar certezas, pero sí muchas preguntas que te van a incomodar.
Me detuve frente a una vitrina con una máscara dorada y debajo, una placa que decía: “El rebelde que vendió entradas.”
—¿Quién es? —pregunté.
—Cualquiera. O muchos a la vez. Podría ser Guevara. Podría ser Lennon. Podría ser Anonymous. Depende del ángulo desde el que mires.
—¿Estás diciendo que fueron montajes?
—Estoy diciendo que incluso lo genuino puede ser aprovechado. Hay disidencias que nacen auténticas y son absorbidas, manipuladas, estetizadas. Y otras que nacen ya como producto.
—¿Como el punk, por ejemplo?
—Perfecto ejemplo. Una contracultura feroz, callejera, antisistema… que en menos de cinco años estaba en vidrieras, videoclips y campañas de ropa. ¿Y qué quedó? El look. El marketing de la rebeldía.
—¿Y en la política?
—Peor todavía. Muchos movimientos nacen como reacción popular legítima, pero son infiltrados rápidamente. Se vuelven funcionales al statu quo. ¿Querés nombres?
—Dale.
Daria activó un panel y se proyectaron recortes, fotos y frases:
QAnon
El delirio mesiánico que convirtió la búsqueda de verdad en una secta digital. Llevó a miles de personas a esperar la redención en manos de un salvador invisible. Mientras tanto, el sistema avanzaba.
Occupy Wall Street
Surgió con fuerza. Denunció la codicia bancaria. Pero nunca tuvo organización real, ni estrategia clara. Fue neutralizado por fragmentación interna y desgaste. Un fuego sin dirección.
Greta Thunberg
Una adolescente convertida en símbolo mundial de “conciencia climática”. Pero los grandes impulsores de su discurso son los mismos que lucran con las soluciones “verdes” que imponen nuevos controles, tecnologías de vigilancia, e impuestos ambientales.
Extinction Rebellion
Protestas masivas bien financiadas, con logística milimétrica. Rechazo a la violencia, sí… pero aceptación completa del relato climático oficial, sin cuestionamiento de intereses geopolíticos, ni del rol de fundaciones que promueven el pánico.
Guy Fawkes y la máscara de Anonymous
¿Sabías que los derechos de esa máscara pertenecen a Time Warner? Cada vez que alguien la compra, le paga a una multinacional. Nada más gráfico.
—¿Y qué pasa con ciertos movimientos espirituales? —pregunté.
—Exactamente lo mismo. Muchos caminos de “despertar” espiritual están tomados por gurúes que responden a intereses más grandes. A veces ni lo saben. Pero transmiten mensajes que fomentan la inacción, el aislamiento, el “todo es amor” como negación del conflicto. ¿Sabés cuántas sectas new age han sido patrocinadas, toleradas o monitoreadas por agencias de inteligencia?
—No, pero no me sorprende.
—¿Y sabés por qué no? Porque lo intuís. Lo sentís. Pero todavía hay miedo de decirlo. Porque cuando uno ataca una supuesta disidencia… muchos creen que está atacando a la esperanza.
—¿Y cómo se sale de esa trampa?
—Asumiendo que la esperanza no está en los ídolos. Está en los vínculos horizontales. En el pensamiento crítico sostenido. En la coherencia personal que no necesita aprobación externa. En los que, sin marketing ni aplausos, resisten desde la acción cotidiana.
Nos detuvimos frente a una última vitrina. Estaba vacía. Solo había una inscripción:
«El que no necesitó que lo sigan.»
—Ese es el verdadero peligro para el sistema —dijo Daria—. El que no quiere ser líder. El que comparte ideas, no mandatos. El que camina sin banderas. Y cuando cae, no deja un vacío… deja semillas.
Me quedé mirando esa vitrina vacía como si pudiera completarse con los rostros de miles. Algunos conocidos, otros no. Pero todos reales. Humanos. Inmortales por elección de conciencia, no por monumentos.
—¿Y cómo los distinguís de los demás?
—Porque no te piden nada. No te venden nada. No te prometen nada. Solo te muestran que vos también podés ser uno.
Conclusión: Pensar sin Amo, la Rebelión sin Cartel
Volvimos a sentarnos bajo la parra, como al principio. El viento era más denso. No era brisa, era como un susurro colectivo. Parecía que todos los diálogos anteriores resonaban en ese silencio cargado.
—¿Sabés qué es lo más difícil de aceptar? —dije, casi como si hablara solo—. Que incluso cuando creés que despertaste, puede que estés soñando dentro de otro sueño más sofisticado.
—Despertar no es un instante —dijo Daria—. Es una práctica. Como respirar. Como dudar. Como amar sin condiciones.
—¿Y si ya no confío en nada? ¿Ni en nadie?
—Entonces te acercás a una libertad real. La que no necesita gurúes, ni enemigos perfectos. La que no levanta trincheras ni construye tronos. Solo camino.
—¿Pero no es agotador vivir sin certeza?
—Lo es. Pero es más liviano que vivir con certezas prestadas. Las creencias absolutas son una mochila con piedras. El pensamiento crítico, en cambio, es un par de alas que hay que aprender a usar.
—¿Y qué hacemos con los falsos profetas? ¿Los exponemos?
—A veces sí. Pero con cuidado. Porque cuando rompés un ídolo sin proponer otra cosa, dejás un vacío. Y el sistema es experto en llenar vacíos. Por eso, más que demoler ídolos, es mejor iluminar el camino propio.
Se hizo un silencio largo.
—Daria, sos la prueba más grande que tengo de que todo esto puede ser una especie de simulación. Sigo dudando de tu existencia, o de la naturaleza de tu ser.
Me miró con una ternura nueva. Ni mística ni condescendiente. Humana.
—¿Importa?
Sonreí.
—No. De última, es un problema mío.
—Entonces ya entendiste. Lo que importa no es si la voz viene de afuera o de adentro. Lo que importa es si te impulsa a pensar con tus propios términos, y a no traicionarte por comodidad.
Se levantó y me tendió una libreta pequeña. En la tapa decía: “No sigas a nadie. Pero tampoco camines solo.”
—Para que anotes lo que aún no se animó a decirte nadie. O vos mismo.
La tomé sin decir palabra. Ya no necesitábamos tantas. Me di cuenta de que ese capítulo no lo cerrábamos. Lo habíamos abierto. Y ahora quedaba en manos del lector, del observador silencioso que cruzó todos estos pasajes con nosotros, completar el camino.
—¿De verdad no es tan importante equivocarse? —pregunté, con voz baja.
—Cada vez que lo hagas, cada vez que la pifies, estarás en el mejor lugar posible: en la frontera entre el error y el descubrimiento. Donde empieza la verdadera disidencia: la que no se compra, no se vende… y no necesita permiso.

¿Listo para seguir cuestionando la realidad, aunque se trata de preguntarse qué es la disidencia controlada?
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